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Por Alain Castruita

El camino de reaprender está lleno de casualidades. Es necesario caer para detenerse y mirar.

Abrir la mente y dar la oportunidad para reconocer y sorprenderse (quizá por primera vez). Mirar un problema cotidiano para resolverlo de otra manera no resulta trivial. A veces la respuesta está muy cerca. Solo hace falta preguntar. Tener curiosidad.

¿Te has detenido en el pasillo de los jabones corporales últimamente? ¿Has visto la longitud de los estantes y la cantidad de distintos productos que sirven para lo mismo pero que estan diseñados de distintas formas y colores, envueltos en varios materiales que intentan seducirte para que los compres?

Ese detalle lo obvié durante mucho tiempo. Para mí el despertar brutal a la realidad ocurrió cuando tomé el taller impartido por Eco Jabonería; al frente de Carmen Fernández. En donde ella enseña cómo hacer jabones corporales con glicerina, además de articulos para el cuidado personal, incluyendo el desodorante corporal. Durante el taller  y la charla final, introduce un mensaje permanente de cuidado al cuerpo, reducir nuestro impacto al ambiente considerando menos empaques, menos envoltorios y por supuesto, hablando del desodorante corporal, menos envases. Muchos menos envases.

Fue un despertar a un espacio donde somos capaces de hacer tanto con nuestras manos.

Pareciera tan lejano ya ese momento en la vida en que muchos artículos de uso diario se fabricaban en las casas, en el seno familiar.  Hoy en día esas cosas se compran en el supermercado.  En los tiempos publicitarios de la televisión, los productos de cuidado personal constantemente ocupan las imágenes en movimiento. Es una guerra de mensajes.

Seguramente se han dado cuenta de que los jabones sólidos para el cuerpo, se han desplazado por moda a su versión líquida. Un bote de 450 ml. en botella plástica, con etiquetas llamativas y diseñados con precisión para ser productos especializados y altamente dirigidos. Hombres y mujeres jòvenes, adultos jóvenes, niños.

Todos cargados de olores y colores, todos en competencia pero diseñados especificamente para derretir al consumidor que comprará 450 ml. de un jabón, en un recipiente plástico inútil de unos 40 gramos. Compramos agua, plástico y un concentrado jabonoso que además está hecho para que usemos más de lo que necesitamos, y se termine pronto.

En parte esos son detalles que se cuestionan, el uso y abuso de los envases que no son retornables, el uso y abuso de los ingredientes supercomplejos que esconden detrás de las fòrmulas como “concentrado” que más bien son fórmulas secretas.  Mientras tanto, una enorme corporación nos dicta qué comprar, cómo y cada cuándo.

Volver a hacer es de ciertra manera la forma de recuperar una habilidad. Desarrollar destrezas que al final son herramientas para vivir/sobrevivir. Volver a hacer es liberarnos de ser un ente moldeado para consumir, a quien se le puede vender cualquier cosa: la comodidad, el estatus, la tristeza y el encanto. Y como objetivo último, y solo para unos pocos, la felicidad.

Ese modelo económico que inyectó un cambio social pensado en ofrecernos “dejar de hacer”, insertó la comodidad como algo que se compra con un precio. Lo cómodo de elegir, usar y tirar. Esa aparente libertad de elegir.

La comodidad engaña pues hace creer que ahorramos tiempo. Nos ahorramos vida.

Cuando es justo ese tiempo el que no tenemos, esclavos de sol a sol caminando por una pendiente escarpada con un anuncio a lo lejos que dice cosas como éxito y satisfacción.

Es la promesa de la autorealización a través de conseguir cosas, a cambio de entregar nuestra vida, nuestro tiempo.

Volver a mirar las cosas es más que un proceso de descubrimiento. Conocer es saber y  además es materia prima para corregir. Para mirar de cerca necesitamos detener la ruleta que contiene infinidad de mensajes imposibles de leer. Es necesario detenerla de sopetón con las manos. Nuestras manos. Así podrás mirar los letreros. Porque de no ser así pasan tan rápido que las advertencias que velozmente pasan ante nuestros ojos, generan un arcoiris y después una luz blanca. Blanca, como una catarata, pero no de agua, sino ocular que bloquea nuestra visión.

Conocer qué nos untamos en el cuerpo, es además nuestro derecho. Preguntarnos si podemos usar otros ingredientes menos complejos, más básicos, con esencias que evocan recuerdos y sensaciones. Eso se siente al regresar. Eso es volver. La tranquilidad de volver para respirar hondo y cerrar los ojos.

Allá está un campo de lavanda, y también una plantación de naranjos. Mira, toma entre tus manos una flor de jazmín.

Revista NEB

Publicado originalmente en la revista NEB

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